Simbiosis
PARA LA CIENCIA, una relación simbiótica es aquella en la cual dos organismos distintos interactúan estrechamente, producto de una historia evolutiva entrelazada, para sacarle provecho a la vida en común.
Para seguir coexistiendo.
Es posible comparar esta noción con el vínculo que existe entre el periodismo (compuesto por el binomio medios de comunicación-reporteros) y las organizaciones civiles: hay entre estas esferas del espacio cívico vasos comunicantes que, en un contexto como el venezolano, vale la pena analizar.
Laura Helena Castillo —periodista, editora, profesora— fundó y dirige El Bus TV, que es tanto un medio de comunicación off line e hiperlocal como una iniciativa que defiende el derecho a la información y motoriza soluciones para las comunidades.
Óscar Murillo —periodista, editor, profesor— estuvo al frente de El Correo del Caroní, dirigió la Escuela de Comunicación Social de la UCAB Guayana y acaba de asumir la coordinación general de Provea, organización de derechos humanos de larga data en el país.
Ambos, desde aceras distintas, ofrecen sus visiones y reflexiones acerca de esta simbiosis.
Erick Lezama
Oscar Murillo
“El periodismo y las ONG son fuerzas que empujan hacia una vida digna”
—¿En este momento qué caracteriza la relación entre el periodismo venezolano y las organizaciones de la sociedad civil?
—Cuando se va erosionando la institucionalidad pareciera que el periodismo y la sociedad civil se acercan, pero justo por ese debilitamiento de las instituciones pudiera decirse que es una relación precaria. Antes las organizaciones no necesitaban tener equipos de difusión. Ahora, como se desmoronó la arquitectura comunicacional, no hay medios que hagan resonar lo que la sociedad civil hace, de modo que las organizaciones han tenido que pensar cómo hacer para que sus informaciones vayan más allá. Quiero decir que la sociedad civil ha tenido que descubrir una vocación comunicacional. Y el periodismo, a la vez, ha debido entender que una parte importante de su actividad es eso que produce y sucede en la sociedad civil.
—¿Es un periodista un defensor de derechos humanos?
—Puede que el periodista no sea un defensor, que no sea un activista, pero lo que subyace en su labor suele ser una defensa o una promoción de un derecho humano fundamental. El que cubre la fuente de salud, por ejemplo, está hablando del derecho a la salud. Antes no se entendía así. Y los estándares internacionales ya le otorgan al periodista el calificativo de defensor de un derecho clave para la libertad de asociación, de organización, opinar.
—¿Es anacrónica la visión según la cual el periodista no debe asumirse como defensor de derechos humanos?
—Cuando se comenzaron a caer las instituciones, los medios, creyendo que ese era su papel, entraron a jugar un rol político. Fue un error. Uno que, por cierto, también ha sucedido en el mundo de las organizaciones: hemos visto defensores que pretenden ser reporteros, ignorando que no manejan la metodología periodística, que supone verificar y contrastar la información. Parece muy funcionalista, pero un aprendizaje que me ha dejado mi recorrido es ese: hay que entender muy bien el rol que uno ocupa.

Puede que el periodista no sea un defensor, que no sea un activista, pero lo que subyace en su labor suele ser una defensa o una promoción de un derecho humano fundamental

—Hay reporteros que, ante la desaparición de medios, han encontrado en las ONG un espacio para ejercer su oficio. No solo preparan notas de prensa, sino que también investigan con métodos periodísticos. De acuerdo con lo que dice, ese material tendría una utilidad distinta si se publicara en un medio de comunicación. ¿A qué hay que estar atentos en esa práctica?
—Es interesante lo que planteas. Las comunicaciones se han transformado y han transformado a las organizaciones. Ahora la comunicación es transversal, y por lo tanto es más que necesaria. Ciertamente, no es lo mismo comunicar desde una ONG que comunicar desde un medio. Desde una organización hay que pensar, por ejemplo, en posicionamiento web, en hacer incidencia pública, privada e internacional, para mover acciones y que se cumplan los derechos. Un reportero, en cambio, busca aproximarse a la verdad. Pero pienso que los métodos periodísticos refuerzan y potencian lo que vienen haciendo las organizaciones. Solo que tiene que quedar claro el rol que ese periodista va a cumplir. Se trata, pues, de una línea muy difusa pero se puede convivir con ella teniendo esto claro. Un ejemplo de una organización que lo ha entendido muy bien es Dejusticia, en Colombia, donde han creído en la narrativa periodística para contar historias y, ya con expertos y activistas, hacer incidencia hacia las causas que les preocupan.
—La relación entre las organizaciones y el periodismo, en parte, tiene que ver con un intercambio de información: las ONG son fuentes para los reporteros y la producción periodística es usada por ONG (bien sea como información de contexto o como disparadores para seguir investigando algunos temas). ¿Los desiertos de noticias cómo afectan a las organizaciones en el acopio de información?
—Afecta mucho, sin duda. Debemos reconocer que lo que tenemos en el país es un subregistro. Eso tiene que ver con una falta de garantías para el ejercicio periodístico en las regiones. Las organizaciones no tienen la capacidad de sopesar ese déficit o la opacidad informativa. No todas pueden, como Provea, contratar investigadores para mantener la rigurosidad de sus monitoreos. Cada día es más difícil encontrar noticias en Sucre, en los Llanos, en el Occidente. Tenemos tres o cuatro medios en Bolívar, pero cubren solo Ciudad Guayana. De Ciudad Bolívar, nada. De Upata a Santa Elena de Uairén tampoco sabemos nada. No hay manera de estar enterado de qué pasa en San Félix.
La desconexión informativa es profunda y eso afecta el goce de los Derechos Humanos. Como pilar, como eslabón del reclamo de las exigencias, es importante la libertad de comunicar, que es un concepto más amplio que el de la libertad de expresión. Antonio Pasquali decía que la obstrucción en la comunicación genera un efecto deshumanizante. ¿Y qué es lo que tratan de defender las organizaciones de la sociedad civil? La dignidad humana. ¿Y de qué es lo que trata el periodismo? Ahí tenemos otra conexión vital: el periodismo y las ONG son fuerzas que empujan, desde distintos puntos, hacia una vida digna.
A mí me inquieta que no tengamos un sistema de medios de servicio público, uno comercial privado con servicio público y uno mixto comunitario. Si tuviéramos ese ecosistema, ganaría la sociedad porque el poder estaría más y mejor escrutado. Pero lo que tenemos es un cementerio de medios. Estamos en una sobrevivencia de lo que alguna vez conocimos.
—¿Cómo debería evaluarse el impacto de ambas instancias en un contexto como este?
Creo que el trabajo de ambos se termina evidenciando en una mejor calidad de vida para la gente. Un tema recurrente del periodismo es develar lo oculto. Se viene hablando de la vinculación entre la corrupción y la violación de derechos humanos. Y tiene mucho sentido porque lo que alguien se roba incide en el goce de alguno de esos derechos. En las organizaciones no tenemos las técnicas para investigar corrupción, pero el periodismo sí cuenta con ellas. Las organizaciones lo que pueden hacer es utilizar una investigación periodística para exigir, denunciar. Que, insisto, es un papel que no lo puede jugar el periodismo. No le corresponde.
Hay cosas que son muy compatibles y cosas que no. Yo he jugado tres roles importantes que trazan un perfil: fui periodista-editor; después estuve en una Escuela, donde debía ocuparme de impulsar el debate periodístico y de que las nuevas generaciones pudieran ejercer; y ahora, en una ONG, no soy periodista ni académico. Pero ese recorrido me ha ayudado a entender mis límites y mis funciones.
—¿Ha sido difícil cambiarse la camiseta una y otra vez?
No, la verdad es que no. Lo he entendido como un proceso de transformación. Como las organizaciones han cambiado y se han acercado tanto a las comunicaciones, puede que más bien haya tenido algunas ventajas para ejercer un rol de dirección. Y en el fondo, creo que todos tenemos un sueño compartido, que es otro punto de coincidencia: que las recomendaciones que surgen de una investigación, de un monitoreo, de un reportaje, de un informe se tomen en cuenta para que el Estado cree políticas públicas que garanticen, de nuevo, una vida digna.
Por otro lado, yo creo que al pensar en una agenda de Derechos Humanos hay que considerar acabar con la pobreza, la desigualdad, la impunidad y rescatar los derechos sociales, pero como transversal a todo eso entender que la sociedad debe poder expresarse y dirimir los asuntos públicos en los medios de comunicación.
Laura Helena Castillo
“Informar, escuchar y entender a las comunidades nos permite hilar acciones de acompañamiento”
—¿Qué caracteriza, en este momento, la interacción entre el periodismo y las ONG?
—El pulso de periodismo y activismo es una relación con fricciones debido a la propia naturaleza del periodismo. Y lo es aún más en un país como este, en el que todo es material de sospecha. Sin embargo, cada vez hay menos tensión. En enero de 2024, Marianela Balbi, en su discurso de recepción del Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos, decía que cuando el periodista hace reportería sobre la vulneración de algún derecho ya está dentro de los lugares del activismo, aunque no le interese denominarse de ese modo. Y agregaba que no hay que sentirse conflictuado por eso. Sé que no todos los periodistas piensan así. Pero, por ejemplo, María Ressa, que ganó el premio Nobel de la Paz en 2021, dice que en los contextos autoritarios los periodistas son llevados a hacer activismo. Lo que me parece es que hay que estar consciente de que, aunque como periodista trabajamos por la defensa de un derecho, se debe evitar que la audiencia perciba que se está haciendo un uso instrumental de la información.
—Los periodistas que esquivan denominarse activistas suelen decir que las ONG tienen intereses, y que sus funciones son distintas a las del periodismo.
—Cuando comenzamos con El Bus TV nos catalogaban como una forma de protesta pacífica y, en efecto, subir a los buses a dar noticias tiene algo de eso, porque es una forma de decir: “Aquí el acceso a la información es tan limitado que hay que hacer esto para que te enteres”. De hecho, nosotros, en todos los noticieros, somos muy vocales al declarar: “¿Sabes por qué no puedes ver investigaciones de Armando.info o las noticias de Efecto Cocuyo, de El Pitazo o Crónica Uno? Porque están bloqueados por la censura oficial”. Sí, al informar claramente nos estamos plantando en un lugar desde el que defendemos el derecho a la información de una manera evidente.
El trabajo con El Bus TV me ha hecho comprender que hay muchas formas de ser periodista. Está el periodista que organiza talentos en una comunidad, el periodista que escucha las necesidades de la gente y genera contenido a partir de eso. Me atrevería a decir que esta relación, tan compleja de explicar, tiene como un elemento insustituible la capacidad de escucha de la audiencia. Que, por cierto, no es algo que hacen todos los periodistas: muchos van, buscan la información, investigan, tienen sus temas, y después publican y hasta ahí. Y está bien, creo que todos hacemos falta. Pero este periodismo que está implicado de una forma tan estrecha tiene la voluntad de escuchar y pensar en soluciones y en contenidos a partir de esa escucha. Porque más que información, se termina generando un proceso de comunicación como lo entendemos en el primer semestre de la carrera.
—Dices que antes había una relación más tensa y que por las circunstancias eso ha cambiado. Si la sociedad toma otros rumbos, ¿esa cercanía debería mantenerse?
—La respuesta corta es sí. Y es algo que no solo viene pasando en Venezuela. Hace un tiempo, acudí a un evento en Buenos Aires al que asistieron representantes de medios de distintos tamaños, de diferentes naturaleza, provenientes de muchas partes del mundo. Allí se habló con insistencia de la necesidad de rescatar el periodismo local y comunitario. Un periodismo que pueda decir: “El vecino se murió” y hacer un pequeño obituario. Yo me sentía identificada con eso que escuchaba porque aquí ya lo estábamos haciendo.
Creo que en la eterna crisis del periodismo —acelerada por la pandemia y porque es el enemigo número uno de los autoritarios y populistas de los que se está llenando el mundo— los medios hiperlocales son los que más han sufrido, porque son vulnerables, tienen menos recursos. Hace un tiempo escuchaba a Nathalie Alvaray decir que hay ciudades como Nueva York que se están quedando sin medios locales. Yo conocí la historia de un medio en esa ciudad que estaba mandándole postales a los vecinos para informales que sus caseros les debían proporcionar calefacción durante el invierno. La gente recibía la postal, escaneaba el código de barras y leía la nota, con datos. Y se generaba una interacción interesante. En efecto, hay medios, gente que está valorando el periodismo local, que permite hacer contraloría al poder local, bajar la polarización, cerrarles el paso a las noticias falsas. Es un periodismo más cercano; más en conjunto con la sociedad civil. Me parece que se va asentando una comprensión de que se puede trabajar a una escala local y de que es muy valioso.

En la eterna crisis del periodismo —acelerada por la pandemia y porque es el enemigo número uno de los autoritarios y populistas de los que se está llenando el mundo— los medios hiperlocales son los que más han sufrido

— El Bus TV, que está en el terreno, ¿qué limitaciones tiene para el levantamiento de información o para difundirla?
—La mayor evidencia de maltrato a la ciudadanía tiene que ver con la precarización de los servicios públicos. La luz, el agua, la electricidad, el internet, la falta de combustible. Una vez hicimos una serie sobre violencia contra la mujer y era muy llamativo porque preguntamos a las víctimas cuáles eran las fallas en el sistema, y encontramos testimonios estremecedores. Como que alguien debía ir a un tribunal, pero le quedaba lejos, entonces pasó tres días buscando gasolina y no consiguió. Como pudo llegó al tribunal y ese día se fue la luz. Así, termina habiendo una falla sistémica que te aplasta. En nuestro caso es desesperante. El tema de la luz es grave, sobre todo en el Occidente del país. Hay una vida detenida por la intermitencia del servicio eléctrico. Eso sin contar lo que significa emocionalmente. Es agotador. Sin embargo, todos nuestros reporteros hacen su trabajo con dedicación; tenemos un equipo comprometido en el que hay muchos que tienen ya 4 años con nosotros. También hay otras dificultades, como para buscar testimonios. Es difícil hallar gente que quiera declarar con nombre y apellido.
—En un contexto hiperlocal debe ser más difícil que alguien alce la voz, porque puede ser ubicado más fácil por quienes tienen cierto poder…
—Sí, cuando estamos en las comunidades eso tiene implicaciones complejas. Tenemos reporteros que están fichados por las jefas de calle, por ejemplo. Por otro lado, hay un tema relacionado con la formación en las regiones: te puedes graduar de periodista sin salir a la calle a entrevistar a nadie. Hemos estado tratando de subsanar esto: hace dos semanas les dimos un taller de periodismo hiperlocal a nuestros periodistas. Para ellos ha sido una revelación descubrir que hacer periodismo puede ser algo preciado por las audiencias, se han quedado con la sensación de que esto tiene un sentido. Pero sí, la precariedad es altísima. Eso lamentablemente incide en la calidad.
Otra cosa que sucede es que hay eventos que atemorizan a algunos y es algo que no podemos cuestionar. La detención de Rocío San Miguel, por ejemplo, tuvo un efecto en nuestros reporteros: algunos que eran del servicio comunitario se fueron.
—¿Qué le ofrece la sociedad civil al periodismo y viceversa?
—Nosotros desde El Bus TV nos aliamos con las ONG. Son una fuente constante, nos hemos convertido en un vehículo para difundir lo que hacen. Runrunes y un poco también la Alianza Rebelde Investiga hacen lo mismo. No puede ser de otro modo, pues somos “la República de las ONG”. El trabajo que hacen es valioso desde el punto de vista noticioso pero también por lo que significa para la memoria, para el registro de lo que ocurre. Además está otro aspecto interesante: muchos beneficiarios de las organizaciones no saben que existen, que pueden tenderles la mano, así que la idea es también tender un puentes con esa comunidad que se puede beneficiar.
Otro punto de encuentro es que hay muchos periodistas que trabajan en organizaciones, que encuentran ahí un modo de sustento ante la desaparición de los medios. Y otro más es que muchas se ocupan de formar periodistas en temas que van desde cómo hacer incidencia internacional hasta el autocuidado. Es decir, ven a los medios como beneficiarios de sus programas.
—El contexto actual parece interferir en ese intercambio de información entre ambos actores: hay organizaciones que se nutren de la producción periodística, pero como ahora es escasa, su trabajo se ve afectado.
—Sí, las propias dificultades de los medios complican el trabajo de las ONG. Antes, en las regiones, leías un periódico o escuchabas la radio y sabías lo que estaba ocurriendo. En la medida que eso se ha ido achicando —sobre todo al perder la televisión abierta, que ejercía una gran influencia— nos hemos ido quedando en los grandes temas. Uno se pregunta: ¿dónde está ese gran relato nacional? Nos desgajaron y creo que fue parte de un diseño que montaron para aislarnos. Una gran investigación que se tiene que hacer es cómo la destrucción del sistema de medios ralentizó cualquier transición en el país.
—¿Cómo observas al periodista que hace periodismo desde una organización?
—Con mucha nostalgia. Van varios semestres sin que abra la concentración de periodismo en la UCAB porque no hay alumnos. Todos se han ido por otras ramas. Hace unos meses vi una investigación del Instituto de Investigaciones de la Comunicación en la que encuestaron a periodistas acerca de su situación laboral: casi todos tenían tres y cuatro trabajos. Ya la formación de muchos periodistas no ocurre en una redacción —que es el lugar natural para aprender el oficio— sino en una organización. No sé si verlo como una transformación que es global y quizá imparable.
Después está otro tema: hay algunos que han encontrado en la marca personal una forma de sobrevivir. Gente que hace periodismo por su cuenta, que informa en sus redes; y hace trabajos de marketing para obtener algo de dinero. Sí creo que se ha ido quedando limitado el periodismo de la calle: hay lugares en los que no hay nadie, que son desiertos como IPYS Venezuela lo ha registrado. ¿Será algo que se va a revertir? No sé, no lo tengo claro, haría falta mucho músculo, mucha inversión.
Yo he dado talleres de periodismo a organizaciones y he visto que surgen unos pulsos que llaman la atención. Creo que ha habido un aprendizaje importante porque las organizaciones tienen sus intereses, su modo de hacer las cosas, y a veces la parte de divulgación no es su fuerte. Pero he visto en esos talleres que hay una sensibilidad en los periodistas que están en esas organizaciones; que hay aprendizajes. Y creo que eso es ganancia.
—Quizá sea un cambio de paradigma. Tú sigues en la calle, pero de algún modo también hiciste esa transición: pasaste de ser una periodista-editora a una periodista que desempeña un rol muy cercano al trabajo social. ¿Qué te ha dejado ese recorrido en el bus?
Yo pensé que iba a terminar mi vida en un periódico. Pero las cosas cambiaron y me tuve que ir. Nos quedamos sin lugares dónde estar. Entonces, sin pensarlo mucho, surgió El Bus TV, que nació justamente en un lugar donde se hablaba de protesta en medio de una coyuntura que uno no sabía a dónde iba a ir. Muchas organizaciones nacieron así, ahí, y todavía se mantienen. Estar en la calle, cara a cara con la gente, me permitió entender que la gente no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. Y todavía muchos, atrapados en las dificultades de la vida diaria, tienen el instinto informativo como anestesiado. Por eso aprendí que había que ir a la gente. Entendí que era el momento de formar algo propio: me uní a ese grupo de periodistas que pasaron de empleados a emprendedores. Muchos hemos tenido que cerrar para siempre algunos capítulos de nuestra vida. Seguimos aprendiendo y buscando formas de mantener estas iniciativas.
—¿En El Bus TV tienen alguna metodología de medición de impacto? ¿Qué sucede cuando el periodismo llega a una comunidad y permanece?
—Hay un primer impacto que es cuando un vecino deja de ser solo un vecino y se convierte en una referencia en su comunidad porque es quien da las noticias. Es como que esa persona deviene en un agente de cambio: el que posee la información comienza a ser alguien que tiene un bien que es de interés para los demás. Andan con sus guiones y sus vecinos los abordan, le preguntan.
Después pasa algo muy relacionado con la información hiperlocal, y es que la gente se entera de cosas que tienen valor en esa comunidad. Cuando uno se queda en una comunidad puede presenciar ese milagro de las historias que es que algo particular se convierte en algo universal. También ocurren otras cosas. Por ejemplo, tenemos una comunidad con casos de abusos, y eso nos ha llevado a hacer una campaña informativa, talleres para los padres, para los niños, para adolescentes. Es decir, informar, escuchar y entender a una comunidad nos permite hilar acciones de acompañamiento. A partir de ahí se producen un sin fin de impactos.